24/1/2022
El 2022
se presenta con un conjunto de acrónimos para distintos usos y estrategias
digitales que, cargados de promesas, han ayudado al mercado bursátil a alcanzar
récords históricos y han instaurado un fuerte optimismo en el discurso de
muchos políticos. Pero la materialización de cada promesa no solo depende de
aspectos tecnológicos. Y lo que hoy resulta difícil de prever no es la
viabilidad tecnológica sino el impacto económico de cada iniciativa, en
continuo cambio y condicionado por cómo se emprenda, fomente, gobierne y regule
cada uno de los proyectos perseguidos.
Entre
expertos de múltiples disciplinas existe un creciente reconocimiento de esta
incertidumbre, con la única certeza de qué tres preguntas clave han de guiar el
análisis y desarrollo de cada iniciativa. ¿Qué valor aportará? ¿En qué costes
incurrirá? Y ¿cómo se distribuirán sus beneficios y pérdidas?
Para
ilustrar la complejidad en los costes, tomemos como ejemplo los ETF (Fondos
Cotizados en Bolsa), un instrumento bursátil con el que minoristas pueden
invertir y desinvertir en índices y fondos de inversión con un clic en una app.
Una fuerte ganancia de eficiencia, pero que puede esconder potenciales costes
sociales con la entrada de inversores poco instruidos movidos más por modas que
por una clara comprensión del riesgo en el que incurren.
Un
temor refrendado por los complejos productos incluidos en ciertos fondos, como
derivados exóticos u ofertas de la WEB3 (o web descentralizada), que incluye
desde criptomonedas a obras artísticas en formato NFT (Tokens No Fungibles). A
estos potenciales costes sociales se suman posibles costes a la estabilidad
financiera, producto del creciente protagonismo de inversores que actúan en
manada y de una gestión activa de los fondos que se apoya cada vez más en una
inteligencia artificial ciega a riesgos sistémicos. Otros costes -a la
democracia, autonomía, salud mental, medio ambiente- también forman parte de
esta importante discusión.
Un tema
adicional difícil de resolver será el distributivo. Como ejemplo, la realidad
virtual, puerta de entrada a los “metaversos” de Mark Zuckerberg. Más que
ciencia ficción son “super plataformas” que aspiran a manejar el acceso a toda
acción de sus usuarios (como compras, lecturas, entretenimiento e información),
unido a las interacciones sociales, financieras y profesionales. Algo que ya
consiguió WeChat en China. Pero ¿cómo prevenir la concentración de riqueza y
poder en pocos países, firmas o individuos?
Este 2022
ha de ser un año de progreso gradual para que se abandonen certezas y se dé
paso a un sinnúmero de preguntas cada vez más precisas y pertinentes.
Identificarlas y abordarlas correctamente determinará si esta sopa de letras
vuelve a fortalecer nuestra debilitada productividad o nos produce una nueva
intoxicación.
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