6/2/2023
En las
últimas décadas, la conciencia social y empresarial ha fomentado la
incorporación paulatina de consideraciones medioambientales en las diversas
etapas de creación de valor de una economía, generando una redefinición de los
procesos productivos y de consumo hacia medios relativamente más sostenibles y
poniendo el foco en conceptos como el calentamiento global y las emisiones de
CO2, que constituyen actualmente temas frecuentes de debate en las agendas
económicas y políticas a nivel global.
Si bien
los objetivos planteados en la Agenda 2030 de la ONU son una clara llamada a la
acción y constituyen un paso fundamental para frenar el deterioro ambiental que
las últimas décadas han implicado para nuestro planeta, se han necesitado
planes adicionales que faciliten su ejecución y definan tanto el alcance de los
objetivos marcados en los mismos, como nuevas metas en términos de métricas
medioambientales. En particular, el Plan Estratégico para la Diversidad
Biológica y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, así como las relaciones
entre ambos, hacen patente la importancia de la biodiversidad para el logro de las
metas de desarrollo sostenible en la Agenda 2030.
Actualmente,
las relaciones productivas pueden ser analizadas por medio de una red definida
por los flujos de valor entre los diversos sectores económicos. La traducción
de una matriz insumo - producto a un conjunto de nodos (sectores) y aristas
(flujos de valor) no implica actualmente un reto computacional significativo si
se toman en cuenta los costos convencionales de bienes y servicios que fluyen a
través de la red productiva.
No
obstante, incorporar el valor de los bienes o servicios que obtenemos de la
naturaleza en dichas tablas o redes es un reto que aún no ha ido resuelto.
Aunque iniciativas como la Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad del
G8+5 han buscado establecer un precio del capital “natural” para que los
mercados puedan incorporar esa valuación y las decisiones empresariales y de
política económica consideren sus costos y beneficios asociados, aún queda
bastante camino por andar.
Un
análisis global para entender la interdependencia que existe entre la entre la
red productiva y la red de relaciones definida por un ecosistema es fundamental
para conocer a profundidad la estructura de costos y beneficios que una
dimensión implica en la otra. Si bien, convencionalmente, dichas redes se
estudian por separado, la indagación en los vínculos entre ambas conllevaría
una valuación integral de los flujos netos generados en una economía,
considerando los costos y beneficios directos de bienes y servicios, así como
los asociados a variables medioambientales.
En
México, país con gran riqueza en términos de recursos naturales, las
afectaciones ecológicas derivadas de la red productiva reflejan la renuencia
institucional a la incorporación de consideraciones ecológicas en la toma de
decisiones, aun si problemas como el cambio climático, la inseguridad
alimentaria y el surgimiento de enfermedades son una realidad que nuestro país
sufre diariamente y que son consecuencia, en gran parte de la pérdida de
biodiversidad.
La
biodiversidad es un tema clave en la agenda económica mundial y las
instituciones públicas deberían hacer algo más al respecto. Asimismo, las
instituciones financieras, y particularmente la banca comercial, podrían
alinear su estrategia para garantizar el fomento de la misma y minimizar los
estragos que su pérdida genera en el bienestar social y la eficiencia económica
a largo plazo. Lo anterior podría generar un acercamiento de la red empresarial
o social a las redes ecológicas con las que posean vínculos.
El reto
para la banca comercial consiste en encauzar recursos hacia actividades
“verdes”, que fomenten la biodiversidad, generen derramas de valor en términos
ecológicos, y no sacrifiquen a largo plazo eficiencia en la red productiva.
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